Soledad Castresana
Soledad Castresana
Es una poesía visceral que nombra el dolor del cuerpo y cómo cargamos cicatrices profundas que nadie puede ver. El cuerpo de la mujer como objeto de dolor, pero un cuerpo que es casa, que es hogar y por el cual se van definiendo los diferentes ambientes de la vida: la relación con los hijos, el hogar, la familia, la muerte. Soledad pasa un bisturí para ver las profundidades del alma, el ciclo del tiempo que se repite y nos permite reflejarnos en nuestros padres y en nuestros abuelos.
Su poesía intimista conversa con el lector para manifestar la inconformidad ante las angustias que se llevan por dentro y los aspectos de la vida que están por fuera y nos afectan de alguna manera. Hay una búsqueda espiritual por definirse, por nombrar las cosas como son, sin tapujos ni artefactos que dulcifican la realidad.
En sus poemas se presenta una búsqueda con la forma donde intervienen diálogos, narración y reflexiones. Son metáforas compuestas por la circularidad del poema.
Cacería
Nos dijeron que heredamos la lengua y las marcas de la piel, pero nada dicen todavía del silencio que crece en nuestra casa como un río. Afuera andan sueltas las palabras con los tigres y en el jardín sólo hay piedra.
Nosotras no queremos esperar lo que es incierto. En cuanto baje la luz, soltaremos los perros.
Sobre la mesa
No es el cuerpo de una mujer en edad fértil
lo que está tumbado sobre la camilla
con los brazos atados, sin anillos ni perfumes,
todo el pelo adentro de la cofia
y sueña que lee, que nada, que camina,
que vuelve a casa.
No es un cuerpo de mujer en edad fértil
lo que está en juego sobre esta mesa.
Mujer con marcas en el abdomen
En el centro del abdomen tengo un pozo,
la cicatriz de hija que es perfecta.
Redonda como el mundo, un estanque
oscuro donde hundirse. Más abajo,
tengo la marca de madre:
un tajo chueco.
Tabú
¿Será que si me cortan las dos tetas, por fin
voy a poder andar por la calle con la camisa
abierta y sin corpiño para que el aire
me bese la piel en los días de tanto calor?
No. Tampoco nos dejan mostrar las cicatrices.
Cesárea
Yo olía mi carne quemarse y juraba
sentir cómo se abrían las capas de grasa
y de piel bajo el peso ínfimo del bisturí.
Decidieron, sin dudar, cambiar el plan
sobre la marcha: me durmieron.
Que no podían trabajar tranquilos
con una sensibilidad como la mía.
Los seres que vuelan
A mi perra le fascinan los seres que vuelan:
mariposas, pájaros, mosquitos. Los persigue,
los observa, los hostiga. Si atrapa un bicho,
después de haberlo mordido un poco,
lo lanza al aire y lo mira caer.
No sé qué haría si alcanzara a una paloma.
Pero no puedo dejarla. ¿Qué diría la gente
si me queda viendo tan tranquila
cómo Nina despluma un pato
a la orilla de un lago en Chapultepec?
Me toca especular, entonces, y propongo
dos hipótesis: o bien quiere comerlos
para incorporar su esencia, eso
que los eleva del suelo sin esfuerzo, o bien
desea eliminarlos porque ellos saben
hacer algo que ella nunca podrá. Desconozco
los vericuetos del pensamiento canino.
Sospecho que las dos teorías
hablan más de mí que de mi perra.
Soledad Castresana nació en Intendente Alvear, La Pampa, en 1979. Es licenciada en Letras por la Universidad del Salvador. Publicó Carneada (Alción, Córdoba, 2007), Selección natural (Fondo Editorial Pampeano, Santa Rosa, 2001), Contra la locura (El Ángel Editor, Quito, 2015) y Que sangre (Caleta Olivia, Buenos Aires, 2019).